28/6/11

No creo en Dios.



Por: Aaron Emir Alvarado Flores.


Era una tarde de la segunda mitad del mes de septiembre, mi escritorio era testigo de lo que, en ese momento, yo consideraba como una crisis de fe.  No lograba comprender a Dios, no sabía qué  o quién era Dios, mi cabeza retumbaba al son de lo que, desde mi infancia, había creído como Dios y ahora me hacía confrontarme…  Fue en esa oportunidad cuando decidí cuestionarme sobre lo que realmente consideraba como Dios, buscar mi experiencia de Dios.

Dios, Dios, Dios… en el catecismo de la Iglesia Católica, numeral 203 dice que:
A su pueblo Israel Dios, se reveló dándole a conocer su Nombre.  El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida.  Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima.  Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros.  Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido […] (p. 63)

Al leer y releer este texto no puedo evitar cuestionarme sobre el Nombre de “Dios”, ¿será este relativo?, unos lo llaman Yavé, otros Alá, otros Ajaw…  No lo sé, ¿es esta una crisis de fe?, no, no lo es; es la oportunidad que se me brinda para profundizar mi experiencia de Dios (lo llamaré “Dios” al verme limitado por mi lenguaje).

He tratado de pensar a Dios, de buscarle una existencia, porque creo que al final eso mismo es, Yo que creo a Dios; mi Yo que, al verse limitado por mi pensamiento, se va hacia el “camino fácil”: hablar de lo que me han hablado y, por consiguiente, perderme en pensamientos y concepciones de otros.  He querido pensar otra “salida”, mi salida, la que Yo he creado y a la que me aferro: mi experiencia.

En clase resonaba en mí las palabras del “evangelista” Juan al decir: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; eso es lo que creo, que Dios mismo habita en nosotros.  No creo en un Dios que está en el cielo, lejano, ausente, frío, seco… El Dios a quien he confiado mi vida es un Dios cercano, que escucha, que me habla, que confía en mí y yo en Él.  No creo en un Dios titiritero, aquel que morbosamente decide mis acciones… El Dios a quien he confiado mi vida es un Dios libre que me hace libre, es un Dios que me permite ser yo mismo, ser original, pensar por mí mismo, tomar mis decisiones; es Aquel que me hace sentir persona.  No creo en un Dios malévolo, maquiavélico, calculador ni opresor… El Dios a quien he confiado mi vida es un Dios amante y amado, que destila misericordia y compasión, que sufre con mi dolor, que se alegra con mi alegría, que me acompaña y no me martiriza ni desea  el “mal” para mí; aquel Dios humano y no inalcanzable ni portentoso. Yo creo en un Dios que me pide, como un acto desde mi libertad, buscar hacer su Voluntad, que Yo traduciría en un buscar ser feliz; porque ¿no es la Voluntad de Dios que todo Ser Humano viva en plenitud su vida? Y esa plenitud la encuentro en Él que es la felicidad plena.


Mi experiencia con Dios es muy cercana; suelo ser muy celoso con los espacios en donde me puedo encontrar con Él.  Dios es para mí el pobre y el rico; el blanco y el indígena; el latinoamericano y el europeo… Cada una de las personas con las que tengo la oportunidad de compartir, son el reflejo del Dios en el que creo.  Yo soy espejo de Dios, Él me ha dado la facultad de creerme como Él en el momento de saberme creador como Él.  Dios se ha querido quedar en medio de nosotros; ha querido padecer como nosotros; ha querido reír como nosotros, llorar como nosotros, cantar, bailar, comer, brincar, hablar, pensar, caminar… como nosotros.  Dios es un Dios Humano.  ¿Cómo explicarlo?  No hay que explicarlo, hay que vivirlo.

Ver un atardecer en las montañas del norte de Nicaragua, acompañado por un grupo de personas que se desviven por un ideal que se llama Cristo; sudando al subir la cuesta, conversando de sus pesares y gozando de sus alegrías… ¡Cómo no ver a Dios allí!  Allí donde es Dios quien te acaricia con el sol que desaparece; allí donde es Dios quien camina contigo; allí donde es Dios quien se ríe porque te cansas al subir la cuesta y te regala un bordón para ayudarte;  allí donde es Dios quien comparte contigo sus experiencias de vida: el cumpleaños de Toñito, la mala siembra de la temporada, las reuniones de las comunidades familiares… ¡Cómo no ver y sentirte con Dios en esos momentos!  Es necesario, y lo descubría en este tiempo que llevo meditando esta experiencia de Dios, abrir mis ojos y querer contemplar a Dios, a un Dios cercano y amigo, dejando a un lado al Dios en el que no creo.  ¡De qué me sirve el catecismo, la Biblia, las palabras del Padre en la homilía, los mensajes de los Obispos, el consejo del Hermano si antes no he experimentado ni me he acercado a ese Dios del que me hablan!

Abre tus ojos y contempla a Jesús, a Dios, al hermano sufriente, al rico que también sufre…  Abre tus ojos y contempla la creación de un Dios de eterna misericordia y compasión…

¿Son sentimentalismos vanos, superficiales, cargados de condicionamientos?  ¡No!  Soy Yo haciendo mi experiencia de Dios.

¿Dónde está Dios?  Dios está en la respuesta de la pregunta del Hombre sobre sí mismo.




Referencia bibliográfica

Conferencia Episcopal Dominicana. (1992).  Catecismo de la Iglesia Católica (53-57).  República Dominicana: Editora Corripio, C. X A.  


       




2 comentarios:

  1. creo en dios y al no creer en la iglesia mucho menos creo en los curas solamente crei en el cura que me enseño el catesismo y me tomo la primera confesion y la primera comunion en fin eran otros tiempos

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  2. Reciban bendiciones desde mi blog
    www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

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