14/7/11

Mi ceiba viva.

Por Carlos Josué Polanco.

Formando Claretiano.

Dibujo de Lyann P. Laboy. 
Erguida, con su majestuosa altura, a la orilla del lago, radiante como nunca, llena de vida, se encontraba la ceiba. Con sus ramas en lo alto, parecía que se unía con el inmenso cielo, sus raíces hasta lo más profundo de la tierra se aferraban tan fuerte que era casi imposible derribarla. A diario desempeñaba la misión encomendada por el Creador: convertir el CO2 en O2 para que sus hermanos pudieran respirar. Con su verde y hermoso follaje servía de casa para muchos animales. Era muy común que las personas se posaran debajo para protegerse del arrollador sol que quemaba sus sensibles pieles y la ceiba, como una verdadera madre, les protegía con su gran frondosidad.

En la mente de no sé quien, algún día, ya hace mucho, se cruzó que el espacio que aquella agraciada ceiba ocupaba, sería más productivo si sembraban doscientos arbustos de algodón, los cuales le darían más provecho que una simple ceiba. Aquel hombre seguramente nunca pensó que alguien, en algún lugar, amaba a aquella ceiba, cosa que poco le importaría. Envió a Pedro a cortar la fiel ceiba. Pobre asalariado, tiene que hacer muchas veces cosas que no quiere, pero Mariyita, Juancito y su mujer Florencia, necesitan mucho de esas monedas y es necesario que obedezca.

Llegó a los pies de la ceiba y, entre lágrimas, con su corazón partido, tuvo que cortar, a hachazos, a la ceiba hermosa. En cada hachazo, la ceiba sufría, lloraba de dolor; gritaba al viento para que le ayudara, llamaba al lago para que le salvara y, por miedo, nadie acudió a su rescate. Lo indeseable se llevó a cabo, poco a poco la ceiba iba perdiendo fuerzas y para que nadie más fuese asesinado, decidió ceder, entregarse a la muerte, con toda su libertad dio su vida, nadie se la quitó, fue una ofrenda por todas aquellas ceibas que ya habían sido cortadas y las que lo serían.

Entre los animales corría la voz de que la ceiba había sido asesinada. Los pájaros llevaban la noticia por las alturas; en la tierra, el lago le aviso a los ríos que, a su vez en su trayectoria al mar, comunicaban lo sucedido y en todos los lugares había una gran congoja por la atrocidad cometida.

La triste noticia llegó a oídos de Ganel, fiel amigo de la ceiba, quien fue el último en enterarse de lo acaecido. Dejando su arado tirado, corrió sin parar, pensando que tal vez sería una mentira; a lo mejor le estaban haciendo una broma; posiblemente la ceiba estaría en el mismo lugar, como siempre, fuerte y radiante; seguramente no había sucedido nada. Al llegar al lugar, se detuvo y se dio cuenta que, lo inesperado, era una realidad. Ganel no quería creerlo. Deseaba que lo que estaba viendo fuera un sueño. Daría hasta su vida para retroceder el tiempo y expresarle por última vez sus sentimientos a la ceiba, pero la ciencia no había inventado una máquina para eso.

Ganel con la voz entrecortada, con las manos temblorosas, confiado en que la ceiba todavía le escuchaba dijo: -Descansa en paz, mi ceiba viva-. Vuela por las alturas y únete al Creador que, con sus brazos abiertos, te espera para que resplandezcas en lo alto. No estás muerta mi ceiba querida, vives, sí, vives en mi corazón y permanecerás por siempre, serás una con la Palabra. Tu eternidad no será otra más que la mía.

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